Con la historia de Pablito le decimos al que hace de psicólogo, enfermero, niñero y quien tiene un corazón inmenso ¡¡Feliz día del maestro!!
Como todos los años el día 11 de septiembre los maestros en nuestro país celebran su día en honor a quien es considerado el prócer y pionero de la educación en la Argentina. Este maestro enfrenta en la actualidad muchos desafíos en su labor, pero como dice el título de la nota el se amaña, no le pregunten cómo, para ser padre y madre, psicólogo, enfermero, niñero, de su alumno, y además le sobra tiempo extra para dedicarle a su escuela, haciendo beneficios, limpiando, pintando. Cómo se hace tiempo para hacer de todo eso y además tener tiempo para las tareas en beneficio de la manteción de la escuela, quedarse con el niño cuando los padres no lo vienen a buscar y además tener que atender a su propia familia que lo están esperando en su casa, y cuando todos se van a dormir en su casa el debe continuar con al tarea de corregir cuadernos, evaluaciones, preparar su clase, pues, no busquen una explicación racional, yo tampoco la tengo, simplemente me atrevo a decir y a decirles que para poder comprender esto: hay que ser ¡MAESTRO! Sí, así con mayúsculas, solo profesando la vocación de ser MAESTRO se puede entender eso. A sus pies me rindo y le pido a Dios Nuestro Señor que los proteja, los colme de bendicones y que pasen un ¡MUY FELIZ DIA!. Prof. Luis Emilio Meza
Compartimos con ustedes la historia de Pablito, una que se repite a diario en cada escuela donde el anónimo MAESTRO está siempre para ayudar.
Pablito era un niño de 8 años que asistía a una escuela muy humilde de su barrio.
Desde que ingresó a su primer año escolar, mostró una conducta muy extraña. En clase siempre se le notaba disperso, no seguía el mismo ritmo de crecimiento intelectual que sus compañeros y sus notas eran un desastre.
Su maestra no sabía qué hacer con él y llamó a su madre para tratar de entender lo que ocurría, pero fue muy poco lo que esta pudo aportar, ya que su desinterés por el niño era evidente.
Fue pasando el tiempo, sin ver una reacción. Por el contrario Pablito empezó a tener problemas con sus compañeros, se ponía muy agresivo y sin ningún motivo, tenía reacciones muy violentas.
En clase estaba inquieto, decía frases incoherentes, molestaba a la maestra y al grupo, hasta que después de varios avisos sin ningún resultado positivo, para que dejara de molestar la maestra le sacaba de clase y lo dejaba castigado en el pasillo.
Esta situación empezó a repetirse casi diariamente. La directora del colegio, una mujer apasionada por la docencia, llevaba en su corazón el deseo de que cada niño saliera de su colegio, preparado y lleno del conocimiento que iba a necesitar en el futuro.
La primera vez que vio a Pablito expulsado de la clase, no le dio mucha importancia, ya que cuando lo niños no se portan bien o hacen alborotos, es normal que cualquier docente, les saque fuera del salón para disciplinarlos. Pero como esta situación se repetía casi cada día, la directora llamo a la maestra del niño y le pidió que le explicara lo que sucedía. Después de hablar bastante rato, no podían entender el por qué del comportamiento del niño, se comprometieron a poner más atención, para tratar de descubrir el trasfondo de la situación, pero no sirvió de nada.
En el colegio había varios alumnos con conductas similares, pero de alguna manera los docentes tenían la posibilidad de entender cuál era la causa y así mejorar su rendimiento académico y su comportamiento.
Un día la directora iba caminado por el pasillo y se encontró de nuevo a Pablito fuera de clase, pero en esa ocasión en lugar de regañarle o llamarle la atención, abrumada por la situación, le pidió a Dios que la ayudara y Él puso en su mente la siguiente pregunta:
-Hola, Pablito, has comido algo hoy. –No Seño, muy pocas veces hay comida en mi casa.
La directora llevó al niño a comer y se enteró que la mayoría de los días Pablito no tenía nada que comer.
Más tarde con algunos de sus colaboradores, fue a la casa del niño para analizar la situación. Lo que vieron fue espantoso, la vivienda era sumamente precaria, la madre era una mujer de 25 años, pero el padre tenía alrededor de 70 años. Además había tres niños más, totalmente desnutridos, sucios, con ropas andrajosas.
Este patético cuadro hizo ver a los directivos del colegio de donde venía la mala conducta de Pablito y se propusieron ayudar a esta familia, en aquellas cosas más elementales: comida, ropa y trabajo.
No pasó mucho tiempo para que comenzaran a ver los resultados, Pablito dejo de ser ese niño agresivo e intolerante, se integro al grupo y además empezó a recibir felicitaciones por sus trabajos y sus notas, que mejoraron sustancialmente.
«Cuantos Pablitos, hay en los colegios. Cuando no sepas que hacer con ellos, pídele sabiduría a Dios y el te dará la solución, vas a lograr que ese diamante brille ante tus ojos»