En el Día del Maestro, un homenaje a quienes encienden la llama del deseo de saber

docentedandoclaseEducar es “conducir”, llevar hacia. ¿Hacia dónde? Hacia un claro en el bosque. Hacia un silencio en medio del bullicio y la confusión
Por Ariel G. Dasso
El aprendizaje no es un trasvasamiento, el llenado de una copa vacía, sino más bien el descubrimiento del vacío que ha de abrirse (Shutterstock)
El maestro es el que enseña. In segnare, en latín e italiano, es eso, dejar un signo, una marca, ¿una herida?. Una huella, en todo caso, de que ese que pasó por esa “hora de clase” (Recalcatti, 2015) ya no es ni será el mismo. Algo pasó, algo le pasó. Educar, educere, es “conducir”, llevar hacia. ¿Hacia dónde? Hacia un claro en el bosque. Hacia un silencio en medio del bullicio y la confusión. Enseñar no es traspasar un saber. Recordemos la escena del Banquete. Agatón invita a sus amigos a cenar, a beber y a discurrir sobre las ideas, la retórica, la metafísica. En el camino hacia su casa, Sócrates, acompañado por Aristodemo, se retrasa, absorto en sus hilos y sombras. Sus amigos decían que en esos lapsos “lo invadían sus demonios” o lo “visitaba el saber”. De manera que Aristodemo cruza el umbral de la casa de Agatón sólo.
Sócrates llega tarde, cuando la cena ya ha comenzado. Agatón se abalanza sobre él: “Ven, siéntate a mi lado, para que en contacto contigo disfrute yo también de ese sabio pensamiento, puesto que salta a la vista que lo encontraste”. La ilusión de Agatón es que la proximidad con el maestro le permitirá asimilar el saber por contigüidad. “Bueno sería, le respondió, que el saber se derramara de lo más lleno a lo más vacío de nosotros, como una copa que se sirve. Mas mi saber es bien mediocre, por ello creo, que estando reclinado a tu lado, tú derramarás sobre mí un amplio y bello saber”. Sócrates se niega a aceptar el puesto de “lo amado” (erómenos), el saber, y se encarna en “el vacío”, en la carencia activa (el amante), el deseo de saber. Aquél que desea la verdad, no quien la ostenta. El aprendizaje no es un trasvasamiento, el llenado de una copa vacía, sino más bien el descubrimiento del vacío que ha de abrirse. Ese claro en el bosque al que es conducido el aprendiz. Ese silencio en medio del bullicio. Sócrates se convierte de amado en amante. Su vocación es producir el vacío, para hacer posible la puesta en práctica del proceso creativo. Y lo hace generando un proceso afectivo. Casi una metáfora del amor. El gesto de Sócrates impulsa hacia el saber, al convertirlo en objeto del deseo. Y transforma el vínculo de la recepción pasiva de la transferencia, en la pulsión activa hacia ese objeto que debe llenar el vacío descubierto. Desear el saber. Ayudar a descubrir el deseo. Ese es el gesto de quien reconoce que su mejor virtud es saber que poco o nada sabe. Y que custodia ese vacío (la certeza de que es imposible conocerlo todo y aún así desearlo) como condición primera para hacer posible la transmisión del saber. Y en ese proceso renunciar a colocar al otro en una posición de sometimiento, dependencia o idolatría. Evitar la sugestión hipnótica. Sin el deseo del saber, no hay posibilidad de aprendizaje.
Educere, llevar a un claro, conducir lejos, a otro lugar, colocarlo frente a lo nuevo, lo inaudito, lo inusual, lo inesperado. Más que conducir a un lugar apartado (y aquí educere se acerca a seducere) puede significar llevar al aire libre. El gesto educativo es de quien conduce a un claro (Massa, 2010) y lo conduce con un gesto amoroso, en la búsqueda de encender la pasión del deseo de saber. Por eso decimos que el maestro no es principalmente quien ama lo que hace, o lo que enseña, sino quien ama a quien aprende.
En estos breves párrafos, y en su día, quiero rendir homenaje a todos los maestros que encendieron en mí esa llama. Y lo hicieron de la manera más sublime: haciéndome sentir querido, por intentar llenar el vacío.

FUENTE: www.infobae.com

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